¡Libertad! ¡Libertad!

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Juan Pedro Serrano, secretario general del PSPV de la Pobla de Vallbona

No me resultó extraño escucharles gritar como posesos y aporrear los escaños con furia para mostrar su oposición a la aprobación de la ley Celaá de educación. A fin de cuentas, “el grito es el cubo de la basura del argumento”, como de manera muy acertada escribía Benjamín Prado hace unos días, y parece evidente que argumentar, y hacerlo de manera ética, responsable y coherente no es una habilidad
de la que puedan presumir los diputados y diputadas del PP y Vox en el Congreso.

“Libertad, libertad” voceaban desafiantes sin ser conscientes de que la imagen esperpéntica que proyectaban en ese preciso instante representaba justo lo contrario de aquello que reivindicaban. Aunque admito que están en su derecho, resulta curioso, y diría también que hipócrita y hasta ofensivo para muchas personas, observar cómo reclaman libertad quienes la niegan de manera sistemática a los demás, cada vez que tienen oportunidad de hacerlo.

Sospecho que la libertad que ambicionan quienes se declaran sin rubor herederos del franquismo y proclaman desde la tribuna de un parlamento democrático las supuestas bondades de un régimen dictatorial, fascista, no tiene nada que ver con la que demandamos la mayoría de españoles y españolas.

¿Libertad para qué?, ¿libertad para quién? Basta con analizar las medidas que las derechas adoptan cuando están en el gobierno para darse cuenta de que su libertad es la de quienes piensan “que solo tienen derechos y no creen que tienen obligaciones, la de las personas sin la nobleza que obliga”, como señalaba Ortega y Gasset. La de quienes utilizan el poder para mantener privilegios de clase, para crear estructuras de gobierno que les permitan hacer lo que quieren sin que nadie se lo impida.

Gritan porque no tienen nada decente que decir, nada que pueda defenderse desde la razón, porque así esconden sus propias contradicciones y tratan de ahogar la voz de quienes sí creemos en un modelo de sociedad verdaderamente libre, en la que el poder se ejerza de manera responsable y compartida. Su enfado con la aprobación de la LOMLOE no es distinto al que manifiestan cada vez que un gobierno de izquierdas legisla en favor de los derechos y libertades de las personas, en contra del sometimiento del estado a la voluntad de las élites políticas, económicas, mediáticas, o de cualquier
otro tipo, a favor de la justicia social. Es el enfado de quienes ven que con esta ley se pone fin al desastre educativo que supuso la aprobación e implantación de la LOMCE, la mayor agresión que jamás se ha cometido en democracia contra la escuela pública y el derecho de las personas a una educación gratuita, inclusiva y de calidad. La que se promulgó con el objetivo principal de eliminar todo atisbo de democracia en los centros educativos y arrasó con el modelo de participación de familias, alumnado y profesorado vigente hasta entonces. Una ley que, cediendo a la presión e intereses
de los poderes fácticos, iglesia y capital principalmente, facilitó la privatización de la enseñanza e instauró un sistema desigual, clasista, discriminatorio.

Desde el punto de vista de las derechas reaccionarias que sufrimos en España el enfado parece más que justificado. Saben que una escuela libre de dogmas, en la que se fomente el debate y la reflexión, en la que no tengan cabida las certezas absolutas y las verdades imposibles de demostrar, capaz de insuflar a los alumnos y alumnas la confianza y el coraje necesarios para cambiar el mundo que padecen es una amenaza para sus intereses. Porque la educación nos hace personas más libres de verdad.
“Libertad, libertad” gritaban quienes solo la piden para ellos, y siempre a costa de la libertad de los demás. Pues concedámosles toda la que reclaman, y más, pero no de la clase que reclaman.

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